miércoles, 3 de octubre de 2012

Europa

Los cinco años que dura ya la crisis nos han obligado a replantearnos el diseño de la arquitectura institucional que queremos construir entre todos los países europeos, si queremos que el proyecto siga en pie y no se derrumbe como consecuencia de las grietas abiertas por esta primera gran Recesión del siglo XXI.

El problema es que, últimamente, la urgencia de la crisis nos obliga a concentrarnos más en apagar fuegos en el corto plazo que en atender los desafíos estructurales, no del año que viene, sino de los próximos 20 o 30. Por ejemplo, poco se está haciendo ahora mismo en el continente para afrontar la inexorable pérdida de relevancia del bloque económico europeo en el contexto internacional.

Este gráfico muestra bien a las claras la progresiva pérdida de peso europea en la economía mundial, desde una cifra cercana al 40% del PIB global a mediados del siglo XX hasta el 26%, ya por debajo del continente asiático y a la par con EEUU. Pero lo peor no es la situación actual sino la tendencia, tan claramente descendente que algunos llegan a pronosticar un peso de la economía europea de tan solo el 5% del PIB mundial para 2050.

Los europeos estamos siendo literalmente arrollados por las potencias emergentes mientras que EEUU consigue por el momento mantener su estatus de las últimas décadas. A este paso, Europa está condenada a caer en la más absoluta irrelevancia, convertida en una pequeña colonia de las grandes superpotencias.

Por eso, hace ya unos cuantos años se diseñaron políticas para afrontar estos desafíos, con el objetivo de convertir la economía europea en más competitiva, sostenible, y con mejor capital humano y tecnológico. Es lo que se denominó la Agenda de Lisboa, que tenía como objetivo cumplir en el plazo de 10 años unos objetivos en una serie de materias consideradas clave para el crecimiento a largo plazo. Transcurrido ese tiempo, los líderes europeos comprobaron en 2010 que no se había cumplido ni uno solo de esos objetivos, así que decidieron renovar el impulso dándose de plazo otros 10 años. Es la llamada Agenda Europa 2020.

Pues bien, el otro día Eurostat publicó una actualización del grado de cumplimiento de esos objetivos, y los resultados son verdaderamente descorazonadores. Si en los últimos años de la primera década del siglo se había producido algún progreso, la devastadora llegada de la crisis nos ha devuelto a la casilla de salida.

Y en ningún caso es este retroceso más brusco que en  España, ya que no solo no cumplimos ni uno de los cinco criterios establecidos, sino que en la mayoría de los criterios nos estamos alejando cada vez más:

  1. Para 2020, el 75% de la población entre 20 y 64 años debería tener un empleo: Pues estamos ahora mismo en el 61,6% (datos de 2011) desde el 69,5% que llegamos a alcanzar en 2007
  2. Para 2020, debería invertirse el 3% del PIB en I+D+i. Este es quizá el punto más sangrante, por las consecuencias a largo plazo para nuestra capacidad competitiva como economía: en los presupuestos para 2013 recién presentados el importe destinado a esta materia asciende a 5.562 millones, es decir, un 0,5% del PIB.
  3. Estrategia 20/20/20 en materia energética (20% de reducción en emisiones de gases respecto de 1990, 20% del total energético producido mediante renovables, e incremento eficiencia energética en un 20%). En este caso la crisis está sirviendo para paliar de alguna manera nuestro desvío de estos objetivos, a causa del menor consumo de electricidad, que reduce nuestras emisiones (aún así un 26% por encima del nivel base de 1990). En cambio, la decisión del Gobierno de dejar de apostar por las renovables convierte en altamente improbable alcanzar el objetivo del 20% desde el 13% actual.
  4. Para 2020, el porcentaje de estudiantes que abandonan los estudios entre los 18-24 años debería ser inferior al 15% del total. A pesar de que se han hecho progresos en este terreno en las últimas legislaturas, ese porcentaje sigue estando actualmente en el 26,5% para España.
  5. Al inicio de la próxima década, 20 millones de personas deberían haber salido del nivel de pobreza o exclusión social. No sabemos si este objetivo se alcanzará a nivel europeo; de conseguirse, no parece probable que sea con la ayuda de nuestro país, donde la pobreza ha crecido en los últimos años, y se cuentan hoy en día 11.6 millones de ciudadanos en riesgo de pobreza o exclusión social, un millón y medio más que en 2005.

   

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